Buscando Espontaneidad

renzoarbocco@gmail.com

jueves, 2 de diciembre de 2010

Los desalojados


Esta historia era más larga.


Seguía tendido en la camilla del Hospital Rebagliati, mientras una gruesa aguja plomiza desalojaba sin orden judicial ni presencia fiscal a los arraigados glóbulos rojos, blancos e inclusive a las pobres plaquetas que vivían dentro de mi torrente sanguíneo, echándolos – de la manera más cruenta – a un exilio infinito.

Mientras tanto, yo miraba como ido a la enfermera que seguía pasando por la Sala de Donantes, camilla por camilla, hombre por hombre, supervisando a las flotas policiales que recibían a los desalojados en bolsitas semi rojas – semi transparentes. La enfermera se aseguraba, mientras hacía muecas de atención y bonachonería, que su escuadrón cumpliera a cabalidad el encargo de todos los días (salvo domingos).

A mi lado, por donde un hilo rojo se dejaba caer sobre unas máquinas que apoyaban el peso de los desalojados, sonó un breve pitido, que anunció a las once y cuarenta de la mañana que todo había acabado ya. Resultado: exitoso. Los condenaditos habían sido plenamente identificados y expulsados según el volumen permitido por disposiciones del Hospital y ahora se encontraban exiliados en las bolsas facultadas para ello.

La enfermera se acercó a mí. Me tomó del brazo y tapó con un algodón la puerta de salida, dividiendo a los salvados de los desalojados. Las gotas finales que partían parecían querer sostenerse de los bordes, luchar por continuar con su posesión pacífica; sin embargo, la orden estaba dada, era inevitable el adiós. Miré al lado izquierdo evitando enfrentar la calamitosa escena que ello sería. Globulitos rojos separados de sus familias, globulitos blancos abatidos en el desalojo, plaquetas mudas de impotencia…

Finalizada la labor, la enfermera me dio un par de palmadas en el brazo herido y me dijo que me podía retirar, siempre y cuando el suceso no me hubiera dejado secuelas de mareo. No sentía ninguna, por lo que me paré de la camilla al mismo tiempo que solicitaba con urgencia un informe detallado del proceso de desalojo. Tomé un vaso de leche esperando el dictamen. Me acerqué a la puerta y giré la perilla hacia la derecha. Sonaba el crujir de la madera al empujarla para salir cuando recibí el reporte final elaborado por mi corazón y refrendado por mi cerebro. Era concluyente; a pesar de los exiliados, en mi cuerpo seguía en pie una revolución de nómades que gritaba a viva voz que esa sangre nunca dejaría de correr por amor a ella.

Repito, esta historia era más larga.

No hay comentarios: