Buscando Espontaneidad

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martes, 25 de diciembre de 2007

La obsesión por la morena

No entiendo nada, todo es tan frió, tan gris, tan oscuro. Sí, más oscuro que la misma noche, la noche sin estrellas, sin luna. Sí, más oscuro que eso estoy en este momento. Mi mirada tan fija a la nada, a esa nada que para ti es el cielo.

Sí, estoy tendido boca arriba y mi cuerpo parece agonizar, mis extremidades no responden y aún no entiendo el por qué de este sufrimiento.

No muero, pero me puedo ver tendido en las piedras, tan frágil y débil, como vuelto a nacer en las manos frías de un doctor indiferente que no me ve como una criatura nueva en el mundo, como un milagro de la vida, sino tan sólo como algo común, simple, cotidiano quizás como sus días. Y así como el doctor mañana no se acordará de mi rostro, menos lo hará la gente que rodea mi cuerpo indefenso en las lisas piedras, bañadas de sangre perpetua, vertida del hueco de mi alma, plasmada en el orificio de una bala.

¡Ah, la bala! ¡Ya me acordé! ¡Sí, me acuerdo de todo, las cosas son tan claras ahora! Cómo olvidar el olor, el aroma tan exquisito y dulce de aquella chica que mis pasos seguían, condenándome al esclavismo de mis sentidos, a ser estela de su andada.

Camino sin parar porque ella no para, contemplo la danza de su cuerpo y de sus piernas largas. Lleva un vestido arrugado, blanco, o quizás crema, es que no logro distinguir el color de su prenda. Se ha remangado la falda procurando no empaparla con el residuo de lo que fue lluvia y sus pies descalzos son castigados por las piedras del camino, por el barro que intermedia su destino y por el torrente de agua que cruza lo que de día es una calle.

Es una mujer morena, de pelo negro rizado, la puedo ver y a veces contemplar cuando procura cruzar la calle y detiene su paso, precavida de los lados, miedosa de algún conductor imprudente. Sí, ahí la contemplo, el color de su pelo, su forma de moverlo hacia un lado dejando la nuca desnuda, tan frágil, tan rosa, tan ella.

Me logro acercar a ella pero no se da cuenta, somos sólo ella y yo. La noche es de un silencio infinito que se detiene únicamente por los pasos indefinidos de la obsesión de mis ojos, pero no puedo escuchar su voz, y me mata no escuchar su voz, es tan perfecta, tan fina, tan mujer, sólo me falta escuchar su voz, oírla decir mi nombre. Ausculto mis oídos en el silencio de la penumbra intentando siquiera reconocer un susurro, un gemido de cansancio de esta musa que me incita.

Me acerco aun más a ella, no soporto su indiferencia, el solo de su espalda, ella parece sentirme porque acelera los pasos y golpea los charcos de agua, pero yo también acelero mi paso, no dejaré que mi musa se aleje de mí.

Es entonces que impulso mi brazo como una lanza Troyana y logro coger el frágil brazo de su lado izquierdo para traerla hacia mí, puedo sentir el miedo que consume su piel, el blanco que se apodera de su rostro y la luna llena en su mirada tan fija a mis ojos desafiantes. La veo de cerca y su nariz es tan fina como todo su rostro, mientras que sus labios parecen candados cubriendo las perlas de sus dientes.

Por fin parece abrir el candado de su boca y cumple el preludio de su voz ¡va a hablar! ¡Por fin va a hablar! Y escucho una voz pero... esa voz no es de ella, es de un hombre, es que acaso podría ella ser un hombre, podría mi instinto confundir mis sentidos, no puede ser. Logro entrar en razón, y distinguir a mi derecha, al final de la calle, caminando a pasos apresurados, al policía Mauricio “el Toro”, quien me pide con voz imperativa que me detenga, apuntándome con una pistola; una extremidad más de este policía.

Está ahora cerca, con su postura hidalga frente a mí, con las piernas abiertas y la cabeza tendida ligeramente hacia un lado, dispuesto en cualquier momento a jalar el gatillo. No me asusta, yo sigo esclavizado por la morena que aún no me habla. El policía me advierte no moverme, me dice que debo soltar a la chica, pero como soltarla si no sé su nombre y no ha dicho aún el mío. La quiero tanto y aún no me conoce, y sé que me querrá cuando esto suceda, ¿pero por qué está Mauricio? ¡Ya sé! ¡el “Toro” no ha venido por mí, ha venido por ella! ¡Sí, me la quiere arrebatar! ¡Pero yo la vi primero! ¡No! ¡No me la quitará! ¡Lucharé contra él! ¡Lucharé por ella!

Mi corazón y mi cabeza saltan encima de Toro mientras escucho la ráfaga fulminante del acero en su mano derecha. Ahora todo vuelve a ser silencio, ese silencio infinito del que les hablé al principio. Ahora no sé dónde está la chica, ni cómo se llama. No escuché su voz, no sé si la escucharé. Estoy tendido en la nada que para ti es el suelo, estoy tendido, aburrido y no tengo sueño.

Sí, así fue que llegué acá, ¡ya me acordé de todo! Pero, ¿moriré? No siento que fuera a morir, no tengo ninguna regresión de mi vida pasada, o es que mi memoria no se acuerda siquiera en estos momentos de mi pasado. Tampoco veo a la muerte, a mi lado tan sólo transitan curiosos y el único dolor que siento no me lo ha causado la bala, si no el eterno silencio de la morena.

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