Buscando Espontaneidad

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jueves, 10 de enero de 2008

Amor se escribe sin h


¿Qué es la filosofía? Me preguntaron alguna vez en la Universidad, y cada uno de nosotros (los alumnos) disparamos distintas respuestas las cuales fueron recogidas por nuestro profesor (gran profesor). Al final de esta lluvia de conceptos el profesor señalo:

“Así como ahora, en la doctrina existen tantas definiciones de filosofía como autores que han escrito de ella”

Es decir, nadie tiene una misma definición sobre el concepto “filosofía”.

Entonces, recordando esta idea me puse a pensar que el concepto de “salón de clase” es igual, porque cada uno ha vivido cosas tan distintas desde aquellos pupitres incómodos (o quizás cómodos para algunos) que preguntarles a cada uno: ¿Qué me podrías decir si digo “salón de clase”? sería recoger un infinito de respuestas distintas y a veces muy alejadas unas de las otras.

Salón de clase puede ser para algunos, un lugar divertido donde forjaron sus mejores amigos y sus mejores anécdotas, para otros, puede ser un lugar donde empezaron algunos traumas o construcción de personalidades (“¡mariquita!”, “¡gordo!”, “¡polilla!(mujer fácil)”, etc.), puede ser el lugar donde conocieron sus habilidades para los deportes, y en caso no existieran tus amigos te lo hicieron notar siendo el último elegido al momento de separar los equipos para la pichanguita. Por último, el salón de clase puede ser, para muchos otros, el lugar de nacimiento de sus apodos que perduraron para toda la vida.

Sin embargo, y dejando de lado estas infinitas formas de ver el salón de clase, existe una de la cual hoy me atrae hablar:

-El salón de clase como escenario del primer amor (o amores).-

Y es que el salón de clase se vuelve, en nuestros años escolares, un escenario del teatro de nuestra vida, un juego de drama y romance, de acción y comedia, donde empezamos con una hoja en blanco y nos graduamos entre matices de poeta, galán, perdedor o marioneta de las que se convirtieron en nuestros puntos débiles: las mujeres.

El colegio mixto (si es que estuviste en uno) crea las condiciones para que tu juventud (momento en el que entierras los carritos, te crecen pelos, y miras a las mujeres de otra forma) sea un espectáculo y tu te sientas el personaje principal de la misma (el galán aunque no seas…tan galán).

Pero existe una historia, de un amigo (y les juro que no soy yo), que conoció el primer amor de una forma extraña, ella no se sentaba en la carpeta de enfrente, o la del costado, y menos se sentaba atrás, ella ni siquiera estaba sentada, ella estaba de pie, mostrando la espalda a la odiada pizarra y tomando una tiza con su mano derecha; ella, su primer amor, era nuestra profesora de lengua.

Si, se enamoro de una profesora, y es algo quizás común cuando eres niño y miras a la profesora como LA mujer, es verdad, a quien no le ha pasado, pero bueno, ya no éramos tan niños, y la profesora no eran tan joven, pero nuestro amigo (llamémosle Harold) se enamoro perdidamente.

Harold, no contento con las miradas casi acosadoras con las que atacaba a la profesora, decidió un día escribirle una carta, en la cual le contaba, mejor dicho, confesaba, su enloquecido y platónico amor.

La carta contenía delirios de miel, citas de poemas y un sin fin de adjetivos que intentaban de alguna u otra forma enamorar a nuestra profesora de lengua (prefiero no decir su nombre).

Lo más penoso de la carta, que Harold escribió, fue que nosotros nos enteramos, así que nos volvimos parte de ese mensaje, aunque quizás no de la misma forma porque nosotros nos burlábamos y esperábamos que la profesora se sonroje, lo llame a un lado, le hable (mientras nosotros nos reíamos) y por último le diga un “de todas formas, que lindo”, pero lo que estábamos a punto de presenciar sería inimaginable.

Fue entonces que un día mientras la profesora recogía un ensayo que teníamos que escribir mi amigo Harold puso entre las tareas su carta de amor, teniendo la increíble y desvergonzada osadía de poner su nombre y apellido en la hoja.

Nuestros rostros eran casi desesperados, nos enloquecían las ganas de ver a la profesora leer la carta frente a nosotros, pero ella, como acostumbraba, guardo las hojas en su maletín y las llevo a corregir a su casa.

Pero fue un día por fin que la profesora se asomo por el umbral de la puerta, se sentó, tomo las tareas con ambas manos y dejándolas posar sobre sus piernas empezó la cuenta alfabética.

Todo el salón no podía más, la cara de Harold era realmente lamentable, el sudor había impregnado su camisa, había formado un bigote de agua, sus anteojos parecían sacados de una cámara de vapor y su apellido aún no era nombrado por la profesora.

Por fin dijo su apellido y Harold, casi tembloroso, se levanto y se acerco a la profesora, nuestros rostros petrificados fueron anticipando lo que esperábamos sería una explosión de carcajadas y la profesora parecía ajena a todo.

Él la miro, ella lo miro (y podría decir algo como: "y todo fue silencio"), le entrego su tarea y seguidamente desentraño entre hojas de ensayos mal hechos la carta que gritaba amor a los cuatro vientos. Harold esperaba que la profesora le diga algo, que se pronuncie, y nosotros…bueno, nosotros esperábamos lo mismo, pero ella simplemente se lo entrego.

Harold bajo la mirada, y perplejo, leyó la carta y no pudo creer lo que estaba viendo: la profesora sólo había corregido la ortografía de la carta de amor (como diría Condorito: PLOP!)

P.D: Igual nos reímos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya Renchin... CONFIENSA QUE FUISTE TUUUUUUUUUUUUUUUUUU !!!!!!!