Cuando me desperté, todo estaba oscuro. Sobre
el rostro, tenía una especie de venda que casi no me permitía abrir los ojos.
Inútilmente intenté ponerme de pie, apoyando mi nariz sobre el suelo
que olía a polvo y a madera quemada. Sin embargo, casi de inmediato comprendí
que estaba en un lugar no mucho más grande que mi cuerpo, pues mis brazos, mis
piernas y mis hombros se veían interrumpidos por paredes que sonaban a hojalata.
En ese útero de acero que sólo podía recrear en mi cabeza, estaba convencido
que no entraba el aire hace mucho, y es que todo se sentía tan denso, tan húmedo,
tan “mierda, que calor”. Súbitamente, pude escuchar un murmullo detrás de las
paredes. Dos voces intercambiaban palabras; parecían muy molestos, todo muy
signos de exclamación. Entonces, el chillido de una puerta metálica abriéndose
me sorprendió y tardé en darme cuenta que una ráfaga de aire fresco entraba muy
cerca de mi cara. Quise gritar, pero aún no comprendo porqué de mi boca no
salió nada. Lo último que recuerdo fue algo muy caliente acercándose, el sonido
de pequeñas chispas naciendo de la madera en llamas, el olor a humo y a
plástico quemado, el sonido de la puerta que se cerraba nuevamente.
1 comentario:
Una idea interesante pero poco desarrollada. Buena foto, aunque no grafica el relato. Saludos
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