Tocaron a la puerta cuando Mauricio y yo
mirábamos la televisión sentados en la sala del departamento. Mauricio primero miró
extrañado la puerta de madera que acababa de sonar y luego me vio a mí como
diciendo ''¿quién será a esta hora?''. Se paró del sofá y se acercó
hacia la puerta. Tomó la perilla para abrirla pero pareció arrepentirse de lo
que estaba a punto de hacer. Yo también me puse de pie y me acerqué junto con
él al recibidor de la casa. Él revolvió las cosas desordenadas que se habían
dejado sobre la mesa de vidrio. Se detuvo cuando por fin encontró su pistola escondida
debajo de unos periódicos viejos. La rastrilló y la escondió con una de sus
manos detrás de su cintura. Volvió hasta la puerta y la abrió lentamente. Yo me
acerqué cuando la puerta se abría y encontré en el pasillo a un hombre alto y
de poco pelo con un saco negro y largo. Olía mucho a tabaco y todo él estaba
lleno de pelos de perro. Mauricio lo miró y le preguntó ''¿qué haces
acá?''.
–Vengo a que me pagues.
–No tengo nada ahorita –le respondió y empuñó
con más fuerzas el arma que llevaba detrás suyo.
–No bromees con eso Magucho. Ya esperé bastante
por ese dinero y quiero que me lo pagues hoy día. Sabes que a mí no me gustan
las tonterías.
–Pero no puedes venir aquí a las dos de la
mañana y esperar que tenga el dinero, Pepe. Déjame hasta mañana al menos –le
dijo Mauricio ante mi atenta mirada desde la mesa que se sentaba frente a la
puerta donde conversaban.
-¿Mañana no? –le preguntó el señor de saco
oscuro y cara redonda.
-Sí, por favor. Mañana.
El hombre sonrió mirando a Mauricio a los ojos,
y le dijo ''hasta mañana entonces''. Mauricio parecía que volvía a
respirar aliviado cuando se volteó hacia mí. Yo me quise acercar a él pero
justo mientras cruzaba el recibidor ambos escuchamos como la voz del mismo señor
de bigotes oscuros le decía a alguien ''encárguense, que el pendejo no
quiere pagar y mañana sale de viaje''. Los ojos de Mauricio se
encendieron como faros de un auto y no alcanzó a empuñar nuevamente su revólver
cuando tres hombres armados entraron por la puerta del departamento.
Los hombres no hicieron ningún sonido y sólo
volvieron a enfundar sus pistolas cuando Mauricio estaba en el suelo, con la
cabeza hacia abajo y con un lago de sangre que iba creciendo. Se retiraron por
la misma puerta por la que entraron y justo antes de cerrarla uno de ellos me
miró y sonrío. Con su dedo índice me hizo un gesto de que guardara silencio,
guiñó uno de sus ojos y luego su rostro se perdió por la madera que nos dejó a
Mauricio y a mí solos en el departamento. Yo me acerqué a Mauricio y di vueltas
alrededor de su cuerpo tendido. Lo quise voltear o tomar el pulso para ver si
todavía vivía pero no se podía. Me quedé allí, echado a su lado, intentando
limpiar con mi lengua el desastre que habían hecho los hombres del señor de saco
negro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario