Buscando Espontaneidad

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viernes, 23 de marzo de 2012

En la aurora Serrana



El frío de la espesa neblina que asomaba en la alborada serrana le entraba por la piel y por los huesos hasta llegarle al mismísimo tuétano; ella titiritaba de frío sin poder frotarse los brazos para darse un poco de calor. El perfume del césped que alfombraba todo el paisaje y el ladrido de unos perros que parecían asomarse la cobijaba a medida que ella abría y cerraba los ojos, una y otra vez, como quedándose dormida.

–Creo que el chofer se está quedando dormido comadre. –le dijo Venancio a Carlota.
–Ay compadre, no bromee con eso.
–No estoy bromeando comadre. –le dijo mientras veía al chofer haciéndole reverencias al parabrisas con la cabeza.
–Compadre, vaya a despertarlo por favor. Dele esta cancha para que se levante. –Carlota abrió su bolsa de lana turquesa que llevaba encima de las piernas y sacó unos cuantos maíces marrones que puso en la palma abierta de la mano de Venancio. Este cerró la mano y se paró de su asiento para ir hasta donde el chofer.

Carlota pudo ver como Venancio se acercó al chofer del bus y con una mano le tocó el hombro para llamar su atención. El chofer reaccionó un poco exaltado y giró para ver quién lo interrumpía, luego puso atención al camino y le increpó fuertemente ''¿qué sucede?". Desde donde Carlota se sentaba no podía escuchar muy bien lo que Venancio respondía, pero se veía gentil y hacendoso mientras movía los brazos y le enseñaba la cancha que llevaba en las manos. El conductor pareció sonreír por la invitación que le hiciera llegar Carlota a través de Venancio y tomó los maíces tostados con la mano derecha. Luego, le indicó con la cabeza que volviera a su asiento y Venancio tuvo que aceptar tal sugerencia. Se fue tocándole el hombro al conductor mientras pensaba ''Virgencita mía, por favor no permitas que este sonso se duerma''.

Venancio caminó nuevamente hasta su asiento y vio a Carlota que con la mirada le pedía con urgencia que le contara cómo se encontraba el chofer. Ella le invitó un poco más de cancha que llevaba en el bolso y, mientras Venancio mascaba el maíz que le había tocado quemado, le explicó que si bien tenía los ojos un poco rojos y parecía cansado, creía que no habrían problemas porque faltaba poco por llegar a Huamachuco y su conversación seguro lo mantendría despierto en lo que quedaba de camino.

–Además comadre, ya está amaneciendo y con el sol, usted sabe, es más difícil que se duerma.

Carlota se frotó el pecho con una mano y quiso pensar que su compadre tenía razón. Cambió la mirada hacia donde estaba el chofer conduciendo el bus y pudo ver como él se distraía mirando la palma de su mano donde tenía todavía la cancha. Como la realidad cuando interrumpe un sueño, distinguió a través del parabrisas las luces traseras de otro ómnibus, luego escuchó un estruendoso sonido y el grito de Venancio confundido entre otros gritos de personas; ''¡comadre!''.

Boca abajo y sobre el césped que decoraba la aurora de la Sierra, Carlota podía ver su bolso destrozado y la cancha regada por todos lados. El frío parecía arderle y era incapaz de moverse. Sus pupilas en cambio sí corrían de arriba abajo, en ese universo finito de ojos que tenía, buscando a su compadre Venancio. Pero no lo encontraba y sus ojos se iban cerrando y abriendo, una y otra vez, hasta que en una de esas oscilaciones, caprichosamente, se detuvo.

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