El frío de la espesa neblina que asomaba en la
alborada serrana le entraba por la piel y por los huesos hasta llegarle al mismísimo
tuétano; ella titiritaba de frío sin poder frotarse los brazos para darse un
poco de calor. El perfume del césped que alfombraba todo el paisaje y el ladrido
de unos perros que parecían asomarse la cobijaba a medida que ella abría y
cerraba los ojos, una y otra vez, como quedándose dormida.
–Creo que el chofer se está quedando dormido
comadre. –le dijo Venancio a Carlota.
–Ay compadre, no bromee con eso.
–No estoy bromeando comadre. –le dijo mientras
veía al chofer haciéndole reverencias al parabrisas con la cabeza.
–Compadre, vaya a despertarlo por favor. Dele
esta cancha para que se levante. –Carlota abrió su bolsa de lana turquesa que
llevaba encima de las piernas y sacó unos cuantos maíces marrones que puso en
la palma abierta de la mano de Venancio. Este cerró la mano y se paró de su
asiento para ir hasta donde el chofer.
Carlota pudo ver como Venancio se acercó al
chofer del bus y con una mano le tocó el hombro para llamar su atención. El
chofer reaccionó un poco exaltado y giró para ver quién lo interrumpía, luego
puso atención al camino y le increpó fuertemente ''¿qué sucede?".
Desde donde Carlota se sentaba no podía escuchar muy bien lo que Venancio
respondía, pero se veía gentil y hacendoso mientras movía los brazos y le
enseñaba la cancha que llevaba en las manos. El conductor pareció sonreír por
la invitación que le hiciera llegar Carlota a través de Venancio y tomó los
maíces tostados con la mano derecha. Luego, le indicó con la cabeza que
volviera a su asiento y Venancio tuvo que aceptar tal sugerencia. Se fue
tocándole el hombro al conductor mientras pensaba ''Virgencita mía, por
favor no permitas que este sonso se duerma''.
Venancio caminó nuevamente hasta su asiento y
vio a Carlota que con la mirada le pedía con urgencia que le contara cómo se
encontraba el chofer. Ella le invitó un poco más de cancha que llevaba en el
bolso y, mientras Venancio mascaba el maíz que le había tocado quemado, le
explicó que si bien tenía los ojos un poco rojos y parecía cansado, creía que
no habrían problemas porque faltaba poco por llegar a Huamachuco y su
conversación seguro lo mantendría despierto en lo que quedaba de camino.
–Además comadre, ya está amaneciendo y con el
sol, usted sabe, es más difícil que se duerma.
Carlota se frotó el pecho con una mano y quiso
pensar que su compadre tenía razón. Cambió la mirada hacia donde estaba el
chofer conduciendo el bus y pudo ver como él se distraía mirando la palma de su
mano donde tenía todavía la cancha. Como la realidad cuando interrumpe un sueño,
distinguió a través del parabrisas las luces traseras de otro ómnibus, luego
escuchó un estruendoso sonido y el grito de Venancio confundido entre otros
gritos de personas; ''¡comadre!''.
Boca abajo y sobre el césped que decoraba la
aurora de la Sierra, Carlota podía ver su bolso destrozado y la cancha regada
por todos lados. El frío parecía arderle y era incapaz de moverse. Sus pupilas
en cambio sí corrían de arriba abajo, en ese universo finito de ojos que tenía,
buscando a su compadre Venancio. Pero no lo encontraba y sus ojos se iban
cerrando y abriendo, una y otra vez, hasta que en una de esas oscilaciones,
caprichosamente, se detuvo.
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