Buscando Espontaneidad

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miércoles, 26 de diciembre de 2007

La historia de un amor


Era una tarde de verano y en la acera sólo estábamos tú y yo. Como siempre, te miraba cauteloso, tenía miedo que te dieras cuenta, no sabía cómo disimular la sonrisa entusiasmada que me brotaba cuando, al bromear, rozabas tu mano con la mía y erizabas cada rincón de mi piel.

"Hmm", sonó mi suspiro y me dí cuenta que ya habían pasado casi veinte minutos. Para mí tan poco tiempo, para ella no lo sé. Repentinamente, nos sorprendió la garúa y ella, tan linda como siempre, reflexionó y me dijo:

“me encanta la lluvia, creo que tiene un significado que va mas allá de las teorías científicas, creo que cuando cae la lluvia algo nos quiere decir”.

Sí, lo mismo creo yo, siento que la lluvia son pedazos de cielo que caen lentamente convertidos en lágrimas para intentar tocar tu cuerpo y volver a sentirte, sentir aquel momento en el que fuiste ángel, sentir aquel cuerpo divino que hoy se atreve a mirarme.

“mmm puede ser” – dije sin emoción.

Fue lo único que dije, que patético, a pesar que pensé tantas cosas para responderle, elegí quizás la más estúpida, aquella que le pertenece a personas sin ganas de conversación, aquellas que creen que ésta se lleva con un cuchillo en la mano y a cada palabra responde con una cortada punzante, hiriente para quien tuvo como único fin llevar una conversación agradable.

“Eres un estúpido”- me dije en silencio.

Luego de mi respuesta, ella ya no parecía tan contenta, se notaba apagada, distante aunque fuera a mi lado, buscando el animalito que no pasaba por la acera y yo buscando su sonrisa que tampoco pasaba por ahí.

“Ehh, qué buscas mirando el piso”- atiné a decir.

“Tu cariño”- me dijo con la voz más dulce y engreída que jamás había podido imaginar.

No podía creerlo, era acaso verdad lo que ella había dicho ante una pregunta tan desesperada como la mía, o era tan sólo sarcasmo ante la burrada de mi compañía. Sea lo que sea mi corazón ya había empezado a correr.

Intenté deducir la verdad de sus palabras mediante las respuestas de su cuerpo y debo decir que cada minuto me convencía más; ella agachaba la cabeza, tímida y pudorosa, como si no podría creer lo que acababa de revelar, sus ojos tentaban mirarme, intuir así lo que yo iba a hacer y sus manos no sabían dónde meterse.

“Te amo”- le dije, lanzándome a la cuerda que intentaba soportar el peso de mi cuerpo para no caer al vacío de la vergüenza, mirando con anhelo el otro lado del camino donde estabas tú, y donde iba yo.

Por unos segundos nada pasó, mi respuesta sólo generó en ella una mirada profunda como un oceano. Sonreí ligeramente, aguardando su sonrisa, sabia que si lo hacía no tendría que decir nada más, pero ¿acaso no lo quería hacer?

Rocé subversivamente su mano, sin tener aún la respuesta, acaricié con cariño las yemas de sus dedos, y llevé mi boca al contorno de sus labios y me atreví a besarla.

“He logrado aguantar toda esta vida para decir te amo, pero no he podido contener este segundo de vida para darte un beso, perdóname si no he debido besarte pero la agonía de tu silencio me pedía a gritos el fin que tanto había imaginado”-le dije sollozando sin saber qué esperar.

“Eres un tonto”- me dijo sonriendo, con los ojos abriéndose de par en par.

“Te amo, y te amo mucho”.

Y así detuvo el silencio la frase más linda que alguna mujer me había podido decir, y así detuvo la vida el tiempo para besarnos una y otra vez. Esa mujer, esa tarde, ese día, desnudó mi alma con tan sólo palabras, esa mujer, más tarde, otro día; se volvió mi esposa.

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