Buscando Espontaneidad

renzoarbocco@gmail.com

domingo, 26 de abril de 2009

La Mujer de la Habitación

“¿Cómo estas? En verdad, hablo en serio, quiero saber de ti. Hace mucho que no hablamos”.

-Ella no le hablaba-

¿Qué pasa?¿Acaso no me extrañas?¿No piensas en mí?

-Y ella seguía sin decirle nada-

“¡Por favor! ¡Te necesito tanto! Cuéntame cómo estas, sólo quiero estar tranquilo”.

Ella le sonreía mientras su reflejo volaba por la oscuridad de la noche y se perdía entre la tenue luz que venía de fuera de su habitación, donde él acababa de despertar y miraba a la nada, como si la nada fuera todavía ella. Él se daba cuenta que todo había sido un sueño, que ella no estaba en su habitación y que su voz había volado lentamente, como plumas de almohadas, en el vacío y triste cielo de su cama.

“No dejo de pensar en ti, en verdad me estás haciendo mucho daño”.

–Seguía hablando el hombre que hace instantes se había dado cuenta que en el cuarto estaba solo.

Volcó su cabeza de nuevo a la almohada, cerró los ojos, miró a la pared, olió la fresca brisa de la noche que se deslizaba por la ventana de su habitación y se cubrió con la colcha hasta la frente.

Cuando volvió a abrir los ojos la encontró de nuevo, ahora ella lo miraba atentamente a los ojos. La mirada torturaba el pecho de quién juraba no estar dormido, haciéndolo sentir como si brotara una fuente de agua del centro de su corazón, llevando consigo un pedazo de éste a cada espacio de su cuerpo, invadiendo cada órgano con un poco de corazón.

“¿Por qué no estás aquí conmigo, por qué te fuiste?” – Ella seguía sin decirle nada, pero para él sus ojos decían todo, ella aún estaba enamorada de él, estuviera donde estuviera lo seguía estando.

“Sólo dime que me necesitas y estaré contigo, te lo juro”.

La mujer hizo un prólogo para hablar, abrió la boca, le tocó el pecho, se acercó a sus mejillas y le susurró al oído:

“Te necesito”.

Sus palabras sellaron las puertas del tiempo y el reloj que se sostenía en la mesa al lado de la cama se detuvo en ese mismo instante. El corazón del hombre que no había dejado de hablar había enviado un mensaje a cada parte dividida, dando la orden forzada de parar de latir. Al mismo instante, el hombre abrió los ojos como faroles de un carro, miró nuevamente al cuarto vacío y empezó el camino para la clausura de su vida. Sus ojos se iban cerrando lentamente, bajando el telón de aquella vida corpórea, mientras tanto, otros ojos se abrían donde ella estaba, donde ella lo esperaba y de donde ella había salido para irlo a buscar.

No hay comentarios: